Esto es, por mucho, lo más raro que me ha pasado. Y vaya que me han sucedido cosas extrañas, como aquella ocasión en que unos extraterrestres me abdujeron; o la vez que un ruso loco me entregó una caja con uranio enriquecido, incluidas las instrucciones ─inútiles, por aquello de los caracteres rusos─; otra situación irrisoria fue cuando una horda de mujeres locas me correteó por un callejón, sin motivo aparente, hasta que me gritaron, todas, mi nombre; una situación de susto fue cuando una pelota comenzó a botar lentamente, hasta alcanzar alturas excesivas; también recuerdo que un perro callejero me habló ─aunque eso lo atribuyo a la excesiva ingestión de canabis que tuve esa mañana─. A qué me refiero con “lo más raro que me ha pasado”, pues, estoy parado a medias de un centro comercial, con una cara de imbécil desquiciado, a risa y risa. Pero, vamos por partes.
Hace algunas semanas, en un centro comercial, me topé de frente con un tipo que a leguas se veía nervioso, más bien asustado, sus ojos casi en blanco y con señales de no haber dormido en días, además de una palidez tirando a leche. Se me acercó con una pequeña sonrisa un tanto sarcástica diciendo, “¿Quieres reírte como nunca en tu vida?” ─. Aquí cabe señalar que soy una persona muy cínica; adoro burlarme de los males de los demás─. Mi sonrisa fue cómplice de aceptación, el tipo, sin mediar otra palabra, me entregó un video. Se retiró corriendo, brincando.
Llegué a mi casa y me senté en el sofá. Saqué el video de la mochila y lo observé. No tenía etiquetas de ninguna clase, nada de marcas ni siquiera un código de barras o el logotipo de alguna cadena de videoclub. Comencé a especular. “Será un una de esas colecciones de videos chuscos, la pelota en la ingle, una persona cayendo de bruces, un tipo quemándose, un asesinato, una violación”. Enseguida me dirigí a la videocasetera, y antes de colocar el video me pregunté “¿Y si le cae un virus a la video? No seas idiota” me respondí. Ese argumento del virus, aunque pareciera un tanto inverosímil, hasta estúpido, no lo es. Lo atribuyo a un miedo interior, a una especie de “cuidado”, al “¿y si esto, o aquello?”, que todo mundo se cuestiona ante algo que es, hasta ese momento, anterior a una acción, desconocido. Coloqué el video y me senté en el sofá. Con el control remoto puse el play y aparecieron en la pantalla las barras de colores junto con un beep agudo, para enseguida ponerse la pantalla en negro, ¿mal augurio? Puse pausa. Fui por una cerveza y reanudé la cinta. En la pantalla, negra, apareció una leyenda en color rojo sangre: “Y ahora que usted va a morir...”
Presioné pausa nuevamente. Comencé a ponerme nervioso. Supuse que era uno de esos videos snob, en los cuales se muestran imágenes, supuestamente reales, de asesinatos, violaciones o mutilaciones. Claro que soy una persona cínica, morbosa, pero nunca había llegado a ese punto. Varios minutos después presioné play en el control y en la pantalla apareció un tipo vestido con traje negro y comenzó a hablar: “Y ahora que usted va a morir... Aquí le mostraremos, bueno, para entrar más en confianza, aquí te mostraré lo que tienes que hacer durante tu muerte, sea del modo que fuese. En primer lugar nada de dramatizaciones, Tomás, ¿te llamas Tomás, verdad?...” Presioné el stop del control remoto. Estuve paralizado un momento. El tipo de negro sabía mi nombre. Mi mente comenzó a cuestionarse sobre lo acontecido. Pensé en una broma, de pésimo gusto, por cierto, de parte de mis conocidos. Pudiera ser una coincidencia. Pudiera ser lo que fuera, pero yo no estaba convencido de que un tipo, salido de un video y proyectado en el televisor me llamara por mi nombre. No volví a encender el televisor por varios días, aunque mi mente no dejó de pensar en esa situación por la misma cantidad de tiempo.
Una tarde, cuando ya no podía más, me senté frente al televisor y presioné play. El mismo tipo estaba sentado en un sofá, distraído. De repente volteó hacia donde, en una situación normal estaría una cámara en un trípode, pero, dadas las circunstancias inauditas de relación protagonista-televidente, su mirada se dirigió hacia un sofá, a través de la pantalla del televisor, donde yo me encontraba con una cara de imbécil trastornado y a la vez fascinado. Comenzó a hablar: “Me da gusto que hayas reanudado nuestra comunicación, recuerda que al mal tiempo, darle prisa, ¿no crees, Tomás? Enseguida te voy a mostrar varios tipos de muerte que a ti te corresponden. Claro, te preguntarás a que me refiero con eso. Tiene lógica. Tú no vas a morir de cáncer en el pulmón, nunca has fumado, así como tampoco morirás de una enfermedad hereditaria, ya que no tienes registros de padecimientos en tus generaciones anteriores. Podrías morir de cirrosis hepática, pero... qué aburrido, ¿no crees? Imagínate varios días en un hospital. Ni al caso. Tu vas a morir de una manera trágica, qué digo trágica, violenta, esa es la palabra”. Enseguida, el video, mejor dicho, el conductor del mismo, me mostró una docena de accidentes en los que yo era el protagonista: Un avionazo, en el cual mi cara proyectaba una viva imagen del verdadero terror; un choque automovilístico, donde mi cabeza salía disparada del parabrisas de mi auto; en otra imagen, mi exmujer me cercenaba el miembro hasta desangrarme; una más de las situaciones mortales, por así decirlo, mi perro, un doverman, se volvía loco y me atacaba. El conductor del video, al finalizar aquella masacre televisiva, donde yo era el protagonista, pronunció unas últimas palabras, “Ahora sí, Tomás, ¿cuál método prefieres?”. Evité contestar aquella pregunta, aunque nunca interactué de forma verbal con el personaje de la película de mi muerte, era intrínseca nuestra comunicación.
No se necesita un exceso de neuronas para crear una agenda futura donde se incluya: Sacrificar al perro, o en su defecto mandarlo con algún conocido; por otro lado, evitar, a toda costa, tener contacto con mi exmujer; así mismo no viajar en avión y evitar el automóvil.
Mi plan surtió efecto por algunos días, hasta que una tarde se apareció mi exmujer. Como pude le cerré la puerta en su cara, pero no contaba que nunca cambié las cerraduras. Entró y con una dulce voz, que más bien parecía de burla, me dijo “ven Tomacito, en serio quiero hablar contigo”. Yo, apegado al plan, la evité hasta que su pequeña blusa, sugestiva, así como la leve minifalda terminaron por convencerme. Me coloqué a una distancia prudente. ¿Estupidez?
Pasé tres días en un hospital. Casi me cercena al pequeño tomacito, pero por dentro sonreía. Había burlado los designios del tipo en el video. Una vez curado, aunque no del susto, tomé el video y me dirigí al centro comercial.
Pues, aquí estoy, parado a medias de un centro comercial, con una cara de imbecíl desquiciado, a risa y risa, esperando algún incauto a quién pueda entregarle el video. El prospecto viene hacia mí. Me le acerco con una sonrisa, un tanto sarcástica y le digo: “¿Quieres reírte como nunca en tu vida?”. El tipo esboza una pequeña sonrisa, lo que para mí es una aceptación. Le entrego el video y me retiro corriendo, brincando, a risa y risa y diciendo “Pobre Imbécil”.
Llego a mi casa, todavía con la risa burlesca imaginándome al tipo escuchar las palabras “Y ahora que usted va a morir...”. Me siento en el sofá, enciendo el televisor para ver, ahora sí, programación común y corriente. Tocan a mi puerta, abro. Un tipo nervioso, más bien asustado, sus ojos casi en blanco y con señales de no haber dormido en días, además de una palidez tirando a leche, me entrega un video y se retira. Introduzco el video en el reproductor y me siento en el sofá. Presiono play y aparecen las barras de colores con el beep agudo. La pantalla se torna negra para enseguida aparecer una leyenda de color rojo sangre: “Y ahora que usted ha muerto...”.
Carlos Martin, el Director
Julio 2002
1 feb 2009
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7 comentarios:
tendre cuidado cuando en el supermercado algun loco pervertido con ojos perdidos quiera entregarme un videotape!.. los designios son escalofriantes y sin querer a veces aun cuando suenen comicos o redundantes hay que ponerles stop a tiempo!
¡manches!, me encanto, nada de que si le hubieras puesto aqui, o mas sal y pimienta por allá, me imagine perfecto todo. Lo malo justo cuando iba a ver una pelicula, lo mejor será que tome un libro y me vaya a dormir.
Pues... al principio no estaba muy seguro, pero sí, me gusto, bastante.
Es tétrico y atemorizante... qué tan perfecta la muerte, pues no lo se... pero para el lector al menos la historia lo es.
Buena historia. Felicidades.
Buena historia ¡muy bien narrada!
Supongo que, por doloroso que haya sido el trance y angustiosa la situación, la muerte ha sido perfecta, si alguien tiene que anunciarte que has muerto, pues tu ¡ni cuenta te diste!
Jo.
¿No recibirías de algún loco con mirada perdida algo? ¿Ni por curiosidad?
Morra.
Sorry por lo de la película. Ya me imagino cómo te vas a poner a leer un libro... como las secretarias del Director... o no?
MauVenom.
¿A caso no es la muerte perfecta la que ni te enteras que ya ocurrió?
Saludos y gracias por los comentarios
Générique
¿No estaremos ya muertos? Pregunto
Ja ja, si, ¡como las secretarias del Director!
genial me encanto!!!!
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