Tormenta en la sala

Usaba gafas oscuras para mirar con discreción las largas piernas de una mujer con minifalda y medias de red rosas, o unas deliciosas nalgas en unas mallas negras, o unos tacones negros… hubiera seguido mirando a todas las mujeres que caminaban en la plaza, hasta que Fab interrumpió mis fantasías al ofrecerme un cigarro.
Era demasiada su insistencia por hacer plática, por preguntarme sobre lo que pensaba del matrimonio y esas cosas, pude constatar que a sus treinta años ya le preocupaba tener hijos y casarse. Ese no era mi plan, pero digo, en una cita no tengo obligación alguna, a comprometerme con alguien que siente se le está yendo el tren.
Seguía insistiendo con sus palabras cursis del: me gustas, te quiero, pienso mucho en ti, te deseo…
Ya había tenido problemas con eso de la sinceridad, ya me habría preguntado muchas veces lo mismo, sin que yo diera la respuesta correcta a esa pregunta. Pero cada vez era más difícil encubrirme.
Fab, insistía, insistía, insistía, cada salida era lo mismo, cada vez que podía insinuaba que yo sería muy feliz si le aceptaba. Era demasiado su acoso, pero aprendía a tolerarle y procuraba que nuestras salidas fueran los últimos días de la quincena, donde yo ya no tendría un peso siquiera para comer.
Terminé mi cigarro, decidimos entrar a la sala de cine. No pude más cuando en una escena de la película, la pareja protagonista bailaba una canción romántica y Fab me dijo: ‘esa canción elegiré para bailar contigo cuando nos casemos’, no pude más, toleraba sus proposiciones pero nunca una afirmación tal, como una tormenta le vomité a Fabrizio con saña, sin importarme que irrumpía la melosidad de la escena y la atención de los demás espectadores en la sala.
-¡Con una chingada deja de fantasear! ¿qué no te has dado cuenta que me encantan las mujeres? Qué NO te necesito para que me hagas los hijos que quieras ¡basta! te aguanté toda insinuación, pero esto es ¡in-so-por-ta-ble!