20 ago 2009

La mejor actuación

La genialidad de Berlusconi me aterrizaba. La maestra de química en la prepa, el de periodismo en la uni, y él: Antonio Berlusconi Ricaño el dramaturgo.
Ensayé las palabras justas, analicé la actitud coherente, la ropa adecuada, me vi en el espejo varias veces, aprendí a modular el tono y el volumen adecuado en mi voz, para dirigirme al genio. Cualquier detalle sin ser previsto, me desmantelaría en dos segundos.
Antonio, se hizo un viejo con la actitud de un artista joven, mientras su cuerpo flaco envejecía, su lucidez crecía de manera exponencial. Ni él mismo sabía el número exacto de obras teatrales que había escrito, tampoco se había detenido a calcular el número total, de coreografías merecedoras a premios que no ganó por su riqueza escénica e interpretativa. Demasiada perfección en sus trabajos, rigor, exactitud, limpieza, creatividad inaudita, sólo empleando las reglas básicas de una danza y teatro clásico.
Nadie sabía lo que pasaba por el corazón de Antonio, su personalidad hermética, su autoritarismo artístico, daban apenas señas de los cien mil demonios dentro del ser humano, pero doscientos mil ángeles reflejados en las obras maestras del artista semidios.
Con sesenta años encima, Berlusconi, había acabado con todos sus amigos y alumnos. Nadie lo había aguantado por más de cinco años.
Con treinta años de trayectoria y su vida dedicada a su arte, no podía concebir la falta de dedicación de su mejores discípulos. Cualquier actriz de telenovela, de cine, incluso de las mismas compañías de teatro nacional, le hubieran reconocido la labor tan artesanal que dedicaba a sus actores, sin carta de lucimiento masivo. Apuesto, que cualquier actor que se dijera 'bueno', hubiera dado mucho por una oportunidad para actuar bajo su dirección.
Ensayé mi discurso, las palabras precisas para no sonar soberbia, para no demeritar mi respeto hacia él. Practiqué como todo actor que se ensaña para pedir un protagónico, tenía miedo, demasiado miedo, el nerviosismo me helaba, llevaba días y noches pensando, ensayando, actuando mi mejor papel.
El día llegó, entré al teatro, lo vi sentado en su oficina, lo saludé y con las palabras firmes hablé:
-Maestro quiero hablar con usted.
-Ya está hablando, dígame.
- He decidido abandonar la obra, no tengo razones coherentes, tampoco otros planes a futuro, pero he decido confesarle con toda la convicción y sinceridad posible, que lo odio con toda mi alma, que lo respeto y que le agradezco infinitamente por el trabajo que ha depositado en mí, pero desde este momento deseo ser libre de su orden, de su genialidad y del servilismo en el que me ha mantenido.
Sólo observé los cinco segundos de una transformación que nunca había visto en él, por un instante conocí la debilidad de Antonio. Mis diez años de fidelidad en su compañía y en su teatro, se habían derrumbado en un pequeño discurso de traición que él consideraba injustificado, realmente yo la tenía muy bien justificada, diez años sin mi familia, diez años actuando sin ser una actriz reconocida, diez años sin descansos ni vacaciones, diez años de tortura psicológica ante el perfeccionismo. Ahora le había tirado el teatrito, mi estelar en la obra, que después de cuatro meses de ensayos, se iba al carajo. Al fin lo había logrado, ¡lo había dicho!
Tenía miedo, mucho miedo, Berlusconi era mi maestro, lo que acababa de confesar era un acto suicida, era como clavar una daga a uno de mis padres. Tenía miedo, mucho miedo, pero al fin ya era libre, podía comenzar a sentirme una persona, que respira, decide y traiciona, y no un personaje creado para recrear.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

es que cuando llega el punto donde "suficiente es, suficiente" no hay quien de batalla...
..aunque creo que 10 años es muuuuucho tiempo... ¡vaya personaje!, ¡vaya resistencia!

saludos!

Geisha dijo...

y existen personajes, que duran más de diez años por un genio así...