2 sept 2009

La señora.

A las 21:45 horas Murphy se entregó a las autoridades.
Levantando las manos en señal de rendimiento salió del edificio con paso indiferente, un desafiante cigarrillo a media calada pendía de la esquina de su boca. Llevaba la camisa abierta hasta la cintura y sus costillas flacas eran escoltadas por tres largas cadenas de oro grueso que le colgaban del pescuezo y centelleaban ante los reflectores que la policía había mantenido durante el cerco.

A unos cuantos pasos de la entrada del edificio severamente agujereado por las municiones, Murphy hizo a un lado con el desdén de su mocasín de marca italiana algunos pedazos de los ventanales hechos añicos por la balacera, y aunque no veía nada por la cegadora luz se quedó mirando fijamente al frente en señal de reto:
Por las pasadas doce horas Murphy había estado atrincherado en un cuchitril del tercer piso, intercambiando sin parar sopa de bala con la policía .

En ese mismo cuchitril, Murphy tenía secuestrada desde hace dos semanas a la señora Ley.
Pero como él solía decir: si algo puede salir mal, saldrá mal. Y entonces una anciana con dentadura roída, que vivía en el mismo piso y olía a generador nuclear de azufre, sospechó de él, como lo hace toda anciana que apesta a generador nuclear de azufre y vive en el mismo piso, y habló a la policía.

El despliegue de las fuerzas policiales con todo y el consabido helicóptero dando vueltas no se hicieron esperar. La noticia alcanzó nivel nacional. Los canales de televisión se peleaban la exclusiva. Fotos de Murphy como un desvencijado bandolero sin piedad aparecían entre comerciales de pañales y shampoos, mientras la señora Ley pasaba como una víctima más de la inseguridad de nuestros tiempos.

Curiosamente Murphy no pedía rescate, ni nada a cambio, simplemente quería que se le hiciera justicia. Y lo dijo claramente cuando salió rindiéndose:
—¡Esa mujer es mía! ¡Esa señora es de Murphy!... ¡y nada más!— gritó Murphy señalando la ventana del tercer piso por donde la señora Ley se asomaba, sana y salva, hasta que irrumpió un ensordecedor concierto de balas que le inundaron el cuerpo de Murphy, que se fue al piso como un trapo viejo.

3 comentarios:

NTQVCA dijo...

Condenada Señora Ley, no abogó por su amado Murphy.

Debo tener cuidado porque una de mis vecinas huele a generador nuclear de azufre, no vaya a ser.

la MaLquEridA dijo...

¿La naftalina no huele igual que el generador nuclear de azufre?
¿si?...

Amorexia. dijo...

bastante consecuente.

Deshora.