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25 sept 2009

Sólo quiero mirar

Hola, soy Ramón.

Mi vida empieza como la de cualquier otro: nazco, producto del procreamiento que mis padres hicieron al tener relaciones sexuales irresponsables a sus 20 años. Él, dealer pequeño en la estación del metro Taxqueña. Ella, prostitua fina que vive en la Narvarte. Ambos llevados a la lujuria por el alcohol y exceso de tachas.

Eso no importa.

Toda mi vida la pasé con monjas. El internado no es tan malo como te lo pintan, tal vez es mejor que vivir en una casa donde conoces a decenas de "tíos" y "primos" que hacen gimotear a tu madre. Las monjas te dan la paz que necesitas. Te muestran el camino correcto y de espiritualidad moderada que uno ocupa para poder desarrollarse.


Llegan mis 18 y todo se vuelve complejo. Ya no obedezco tan fácil a mis queridas monjitas. Más bien, mis escapes del internado se vuelven más frecuentes. Conozco a Chuyita, y empiezo a tener relaciones con ella. Chuyita conoce a mi madre. Si, es prostituta. Mi madre sólo se limita a regentear. Su avanzada edad no le permite llevar la misma vida desenfrenada de antes.


Un día decido que ya fué suficiente de internados y monjas. A recorrer el mundo. Tengo tantas relaciones sexuales que pierdo la cuenta. Después de la noticia que me dieron, la vida me da igual, sólo pasa.

Soy Ramón. Y tengo SIDA. Y después de agradecer a todos los que me apoyaron, me voy a suicidar.

22 sept 2009

Tres veces se va...

“¡Se va, se va…se vaaaa!”, grita el bateador.
Todos ven como la pelota en cámara lenta sale del campo, que en realidad no es más que un llano con una barda malograda al final del diamante. Los ojos de los muchachos acompañan su vuelo hasta que se pierde en el horizonte y de ahí regresan a lo suyo, aunque el orgulloso bateador sigue gritando “¡se va, se va…se vaaa!” mientras da su vuelta victoriosa por las bases.

La bola sigue su trayecto perdiendo altura allá en donde se encuentran unas viejas vías del tren, dos vagones herrumbrados y unos botes de basura que por las noches se prenden para dar calor a vagabundos y uno que otro junky.
Sin embargo la pelota no toca el suelo como de costumbre, ni hace su usual rebote quedando por fin quieta: la pelota cae directo en la cabeza de un hombre que se inyecta heroína tras los vagones desvencijados mientras su vida ¡se va, se va… se vaaaa!

Hay que elegir quién va por la pelota: es la única que tienen y sin ella no se puede continuar el juego.
Ricardito es de los más chicos, por lo tanto acepta con resignación heroica ir por ella. En efecto: la Ley de Herodes (o te chingas o te jodes) sigue vigente.
Trepa la barda; del otro lado se da cuenta que encontrar la maldita pelota no va a ser fácil. Aunque no se ve nadie por los alrededores Ricardito siente miedo mientras se encamina a las vías. Es un lugar raro y da escalofrío. Según recuerda, la pelota voló por el centro, por lo que debe estar cerca de uno de los vagones. A cada paso que da Ricardito trata de vencer su miedo, el corazón le bombea de prisa: “no seas llorón…”, se repite una y otra vez, mientras sus tenis hacen ruido con las piedras sueltas de entre las vías.
Cuando está lo suficientemente cerca del vagón ve la pelota tirada en el piso. Sonríe y corre a recogerla aliviado. Y cuando la está levantando una mano lo toma del brazo, lo jala bruscamente y el corazón de Ricardito no agunata y ¡se va, se va, se vaaa!

Ni un solo brinco


Me llegó por correo mientras dormitaba en casa, el paquete burdo traía escrito con caligrafía impecable mi nombre: “Roberto”. Intente ser delicado pero el aroma a tí me obligo a desgarrar el papel para encontrarme con una de esas enormes tarjetas que hacían desvelarte mientras las creabas, de esas que cuando abres saltan las figuras en tercera dimensión.

Brincaste como intentando llegar a mis brazos, pero las manos fuertes de ese salvavidas te regresaron al trampolín, con tu bikini ajustadito saltabas hacía la alberca, como regalando olores y flores, los que estaban detrás sonreían y te veían felices, llenos de alegría de ver como se te iluminaba la carita en cada salto, lanzando gritos de gozo, bebiendo coloridos cockteles, y tú, tú siempre lista y presta en ese mundo tan fastuoso, con ese de brazos fuertes deteniéndote en cada intento por llegar a mi…


Y yo, aquí sentado sin lograr ni un solo brinco que me llevará a ti.