Desde que llegó a esa escuela la llamaban así todos esos compañeros con abrigos oscuros y su cara blanca como la leche de vaca, que pensaban que eran mejor que ella pero en realidad eran tan desabridos como el matoke de su madre. Y los maestros no eran diferentes, pues la obligaban a convivir con otras muchachas africanas: creían que por el solo hecho de haber nacido en el mismo país tendrían que ser las grandes amigas, pero ni siquiera eran de la misma tribu: ella era masai y Narkeasha era afar. La pastora y la guerrera, ingleses estúpidos.
Cada receso recordaba las áridas regiones de su aldea natal: la choza de sus padres, hecha de barro y ramas cubiertas con excremento de vaca, el ganado que cada madrugada ayudaba a sacar del corral para poder ordeñar a su vaca favorita. Todos los momentos que se bebía la leche mientras que su padre bebía un poco de sangre para seguir fuerte se acabaron aquella tarde que Hakoon, un anciano de la tribu vecina, la pidió en matrimonio a cambio de 3 cabezas de ganado. Su padre aceptó contento.
Protegida por la noche huyó con su hermano Razi, quien no quería ser pastor toda la vida. Cuando llegaron a la aldea más próxima, vagaron por entre la multitud de vestimentas y colores: todos eran parias, escoria de cada tribu. Vio a aquella mujer cuya cabeza colgaba un poco pues faltaba un aro de su cuello, ya que se lo habían quitado por su infidelidad. ¿Qué culpa tenía ella de haber nacido un miércoles de luna llena y por lo tanto tener que cargar cada año un anillo más en el cuello? Costumbres que tenía que aceptar y jamás cuestionar.
El timbre la trajo de regreso al instituto. La mirada avergonzada de Narkeasha le indicó que sabía que conocía su secreto: en la tribu de ella aún se practicaba el njongal jigeen. Se lo habían hecho hace ocho años y cada día ardía como si fuera el primero: la ataron a una roca grande y, mientras la familia observaba algunos metros atrás, la anciana cortó los labios y el clítoris. Cuando empezó a suturar con hilo de caña (para dejar al final un pequeño agujero por donde saldría la orina), sucedió lo que jamás había esperado: gritó. Era tanto el dolor que no pudo reprimir un sollozo ahogado pero en el silencio del desierto resonó como un trueno. Fue inevitable: su familia la exilió pues no podían soportar la vergüenza provocada por esa exclamación ante el indescriptible dolor.
Así habían terminado juntas en esa institución, añorando cada vez más los colores y cantos de la vida "pagana", las costumbres raras que "deformaban" sus cuerpos, así como correr libres con animales "peligrosos"... extrañaba ser parte de una familia.
Todos los días rezaba por los suyos porque seguía adorando a Enkai en secreto. Ese señor de la cruz aún le daba miedo.
27 nov 2008
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8 comentarios:
Caray.
Que rosa está esto. :P
Supongo que tengo las mismas dudas que tu al leer sobre mi tatami, goyza y el hanami.
Le faltó un poquito a tu cuentito, no?
Ok, muy mi pinchi pedo.
:)
y las galletas "especiales del cheff" pa cuando??
como que a mi las galletas de cajita no me gutan :(
Una clara contradicción se nota cuando la huída de su matrimonio arreglado en franco reto a las tradiciones (de un lugar que, muy occidentalmente, adoptamos con este tipo de debrayes) y, al párrafo siguiente, lo colmes con embarradas de costumbres que son irrefutables.
Lo chido son eso, las embarradas; pues así logras el interés en quien lee y pretende conocer algo más de una cultura ajena.
El último renglón está de más; ¿cómo que reza por los suyos cuando los suyos nada hicieron por ella y, quién es Enkai?
Buen ejercicio en general.
Un mundo muy difícil del que entendemos poco (o nada). ¿Hasta dónde se deben respetar las costumbres y tradiciones de algunos pueblos? ¿Hasta dónde se debe exigir que cambien, que escuchen el reclamo de su gente?
En ocasiones el forzar un cambio, el modernizar, no es más que imponer el estilo de vida al que estamos acostumbrados, una forma de vida que nos parece correcta. En otras ocasiones, sin embargo, sería su única forma de sobrevir y una justa forma de protreger al ser humano, especialmente a la mujer.
Wow!!
PV MSISTA!!.. a veces las convenciones de sitios nos dan en la madre me gusto ese relato aun cuando como de costumbre... yo llegue tarde
me gustaron los nombres :P
PV MSISTA!!.. a veces las convenciones de sitios nos dan en la madre me gusto ese relato aun cuando como de costumbre... yo llegue tarde
me gustaron los nombres :P
Jolie tiene eco.
Jolie tiene eco.
Me recordo mi libro favorito cuando era niña, "raices" de Alex Haley, que hablaba de un esclavo africano, Kunta Kinte (que por cierto asi le llame a mi mascota que era un gallo de pelea).
Entiendo que es poco el espacio para escribir con detalle tradiciones de un país. Tan solo Haley se tardo 12 años en escribir el libro.
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