12 dic 2008

Camposanto


El mío no es el lenguaje de la muerte. En los veinte años respetando la rutina me he detenido un instante, uno solo, a meditar al respecto. Solo una vez en dos décadas parecerá una exageración pero, cuando se guarda un cementerio, el tiempo falla terriblemente en su tarea impositiva. Hace tanto que dejaron de importarme los días de la semana pues, quedándose el tiempo esperando en el umbral del camposanto, un día es idéntico al anterior y presagia con asombrosa exactitud cómo será el siguiente. Incluso olvidé los nombres de los meses.

La gente viene a demostrar su aparente afecto hacia los partidos. Me atrevo a llamarles apariencias pues se trata de una linda puesta en escena. El duelo y lamento a la pérdida mediada por la reunión de quienes en vida le conocieran se diluye con los días idénticos de los anteriores. Gran parte de mi trabajo es hacerle compañía a los olvidados. A aquellos cuyas lápidas yacen sobre el muerto y no a manera de cabecera, que es como deberían. Dolía ver que los familiares descansaran la pesada losa sobre un amado como rogándole no volver de la muerte para atormentar sus enclenques existencias. Que les deje vivir en vez de asistirnos o aconsejarnos ya adelantados en la carrera de vida.
Es evidente que la gente que puede diferenciar el día de hoy del de mañana basada en su agenda no tiene idea de la ceremonia que atestigua. Esa es la palabra, atestigua. Si tuvieran poco de interés podría llamarse participantes y, resulta para mí, la perfecta analogía de vida. La mayoría de las personas atestiguan su existencia sin importarles un diablo aún cuando el ejemplo mortal les es expuesto crudo y diáfano. Muy pocos son participantes; y, serán a caso menos quienes despierten del trance del testigo cuando un entierro no puede abrirle los ojos; cuando lloran sin autenticidad, sometidos por voluntad propia a una norma de vestido ridícula intentando demostrar su respeto. Lo único que demuestran es ignorancia al prestarse como testigos aparentando participar en la linda puesta en escena de la cual hoy me ha tocado el papel estelar.
Éste fue único día, en veinte años velando el último jardín, en que medité a cerca de lo caro que es vivir y lo ridículo que es morir.

Me declaro en huelga: si no hay nuevo estilo visual de blog, no escribiré más.
Me declaro complaciente: en caso de haber cambio, permitiré comentarios.