Cuenta la mitología griega que Pan era el dios del campo y de los bosques.
Si algún jijodeputilla pretendía cortar un árbol sin su consentimiento, el hacha le rebotaba en el acto y le cortaba los huevos de inmediato. Por eso antes de que los griegos se atrevieran siquiera a sacar el serrucho del estuche, no sólo tenían que pedir permiso a la Semarnap del Acrópolis, sino a Pan, además de ofrecer un sacrificio de manufactura complicada en honor a la ninfa que vivía adentro de cada preciado árbol.
Pan era una deidad simple y bonachona que rayaba en la timidez, si bien la timidez después de los quince años es falta de educación. Prefería mantenerse alejado de los poderosos dioses olímpicos de épico cuerpo, andando en solitario por sus bosques favoritos. Tampoco le atrajo lidiar con la monserga de metamorfosearse en, por ejemplo, chacalote ojiverde del Atizapán, con tal de tener los favores sexuales de otro chacalote ojiverde del Atizapán, como todas las demás deidades del Olimpo.
Pan era feo (Gorilas in the Mist se filmó en su bañera):
Del vientre de su madre salió con pequeños cuernos en la cabeza, cara de huevo podridón, pelos crecidos en la barba; una cola de cabra le salía de la cola, valga la redundancia, y poseía lo que a leguas parecía un miembro vivaracho, saltarín y de tamaño de respeto.
Su padre, Hermes, cuya ocupación era la de ser mensajero entre los dioses del Olimpo, además de ser protector de los viajeros (de ahí las legendarias maletas de marca Hermes, que cuestan chingo), no sólo se burlaba de su chaval, sino que se lo prestaba a Zeus para sus pachangas y orgiotas a manera de bufón; también se lo prestaba de amuleto cuando iba a las carreras de centauros.
Hermes traumó a Pan, pero no como para que cuando el chico se convirtiera en mozuelo dejara de enamorarse profundamente de la ninfeta de moda, una hermosura llamada Pitis, mezcla de Gloria Trevi con piernas de Cuauhtémoc Blanco.
Como era de esperarse Pitis lo mandó a freír pan antes de siquiera considerarlo como candidato a su amor. Pero Pan insistió, e insistió tanto que Pitis antes de cederle su perlita pulposa prefirió convertirse en un Pino, un pino precioso, debo decir.
Como era de esperarse Pan, despechado, lloró a moco suelto, y cortando una de las ramas del pino se la puso de corona en recuerdo a ella, detalle que usó por siempre.
Sin embargo Pan era conocedor del dicho que dice “el tiempo sólo entierra lo que el corazón ha dado por muerto”, y a sabiendas de que si algo sobraba en los bosques eran ninfetas juguetonas de pubis celestial, unas más traviesas que otras, nuestro héroe de cuerno y barba retocada no tardó en volverse a enamorar, ésta vez de una chicuela llamada Siringa, a quien tampoco le convenció el espeluznante pretenso, por lo que salió corriendo antes de que el encaprichado Pan la poseyera. Esta vez la chica prefirió convirtiéndose en una caña de río para desaparecer de su enamorado.
Una vez más decepcionado, pero manteniendo el romanticismo a pechuga inflada, Pan tomó aquella delicada caña del río y con su pene le hizo algunos agujeros para después soplar la caña y convertirla en la flauta que ahora lleva su nombre (flauta de Pan).
Desde entonces Pan no sólo es el dios vigilante del los bosques, sino también la personificación del apasionado no correspondido (Shakespeare percibió este detalle y en todas sus obras usaba un árbol, el sauce, como emblema de los amantes abandonados).
Y así, harto de las mujeres, Pan juró no volverse a enamorar. Y en vez de estar correteando ninfetas por el vecindario decidió pasar las tardes en tareas más provechosas: durmiendo en su cueva.
Se dice que si lo despiertas lanza un grito tan monstruoso que se te erizan los pelos y de inmediato entras en lo que hoy en día llamamos en su honor: Pánico.
19 ago 2009
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4 comentarios:
No´mbre, me cae que así si aprendo de la mitología y otras novelas, jajajajaja
y ni lo sabía ni lo presentía.
Increíble dato.
Deshora.
Chales, pobr Pan, me dio harto miedo convertirme en él.
Me voy a conseguir un bonsai de sauce...
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