31 ene 2009

Desde el abismo

Yo viví en una época en un país de charros y villanos, de artístas politiqueros y farsantes

Yo no era ni por casualidad la sombra de mi hermana, ni tampoco me parecía a las demás niñas.
a la sombra de una familia acomodada, crecí por allá en los 1900. En las fotografías color sepia, aparezco a la edad de cuatro años con vestidos ribeteados de olanes y con ramito de rosas entre las manos, nunca pude deshacerme de la enigmáica expresión de melancolía y un asomo de tristeza en mis ojos almendrados. A simple vista, podía dar la impresión de una profunda ensoñación, pero mas bien yo tenía una clara rebeldía contra los convencionalismos sociales de la época. No gozaba de una belleza singular. Sonreía con la satisfacción emanada de las sedas, los encajes, los sombreros de tafetán y organdí, sin embargo, mis ideales personales no se concretaron tan perfectamente como en las fotografías, pues se hallaban muy distantes de la frivolidad mundana.

Hubo una ocasión que me arrojé al vacío desde la corniza de la ventana de una recámara, mientras mi hermana contemplaba aterrada la temerária escena.
Caí intrépidamente sobre uno de los domos de la capilla de la solariega casona paterna, y de inmediato, sin vacilaciones, salté con felina agilidad hacia el patio trasero. Durante algunos instantes, mi hermana me dijo que me imaginaba con los ojos cerrados, tendida en un charco de sangre, casi moribunda.

Sin embargo morir con estilo era mi ideal era la fatalidad que tan exigente me seguía que conmigo misma prefería la muerte a la mediocridad. Mientras mi padre se encargó de levantar ángeles hasta las alturas, mis seres más queridos (incluyéndome) se despeñaron como demonios hacia el abismo

un 11 de febrero de 1931 mi vida ya era lo suficiente miserable y complicada para resistirla, Caminé con paso firme unos 200 metros por la ribera del sena. Una vez en el atrio de la imponente iglesia, me detuve unos instantes, miré la fachada buscando entre la construcción y el cielo el rostro mismo de dios. Pero no lo encontré.

Musité un rezo como toda niña bien. Entré en la catedral de Notre Dame casi desierta a esa hora.

En la penumbra bailoteaban las pálidas llamas de algunos cirios encendidos. Un par de beatas deambulaban por los pasillos y unos cuantos feligreses oraban de rodillas. Mis pasos resonaban sobre el piso mientras avanzaba hacia el altar mayor. Me senté en el extremo izquierdo de una banca solitaria frente a la imagen de Jesús crucificado. Sin apartar la mirada de los ojos dolidos del redentor abrí el bolso de mano y saqué el arma. Con ambas manos tomé la pistola, coloqué el frío cañón sobre el corazón y disparé. La detonación resonó en todo el santuario y mi cuerpo cayó doblado, por unos instantes solo alcanzé a escuchar dos gritos solitarios, pasos y el chorro de sangre que ya manchaba el piso

En instantes, mis ojos cayeron pesadamente sobre la banca. Las niñas bien de esa época debiamos morir con estilo, esa es la muerte perfecta, en plena función de facultades, jóven y sin vestigios del paso del tiempo sobre nuestro cuerpo, teatral, fastuoso y dónde algún Angel nos miré mudo desde lejos como testigo.

Si no tuve una vida perfecta, por lo menos mi muerte.


Antonieta Rivas Mercado


6 comentarios:

Jo dijo...

conquistar los miedos, vivir intensamente supongo nos hace temerarios incluso para desafiar a la muerte pero yo, prefiero tenerle respeto mas que miedo.

Anónimo dijo...

Cuando tienes plena consciencia de tu existencia, de tus limitaciones y tus alcances, de lo que nunca podrás ser, eso sería para algunos morir dignamente.
Es cierto, hay que evitar a toda costa la mediocridad, aunque supongo que el suicidio no es la forma idónea, sin embargo, cada cabeza es un mundo y por algo será recordada, después de todo, morir en Francia, debe ser igual a morir con estilo.
Saludos desde la finca.

marichuy dijo...

Mi Jolie

Aquel 11 de febrero de 1931, poco antes de dirigirse a Notre Dame, Antonieta había escrito:

"he de moldear mi futuro como yo quiera (...) "libre, dura y solitaria"

Poco después, fue al armario y sacó la pistola -que había pertenecido a su amado José Vasconcelos-, comprobó que estuviera cargada, salió de la habitación y se encaminó al elevador pero como tardaba, inquirió ansiosa por las escaleras.

-¿Tanta prisa tiene Madame? le respondió una mujer.

Antonieta contestó:

---Verá tengo una cita a la que no puedo legar tarde... el Atrio de la Nuestra Señora de París la esperaba.

Un símbolo de amor y muerte: dispararse al centro del corazón... con el arma que había pertenecido al amor de su vida.

Quizá sea eso, pero la primera vez que estuve en esa impresionante Catedral, sentí un estremecimiento que jamás había ni he vuelto a sentir en ninguna iglesia.

Dispararse al corazón, fue el último paso de Antonieta hacia la muerte. Pero fue el desamor, empezando por el de su madre y siguiendo con la cobardía de su amante, lo que ya le habían matado la ilusión por la vida. Pese a ello, Mme. Rivas Mercado es una mujer admirable.

Me encantó este post, querida.

Besos vivos

MauVenom dijo...

Leiste la biografía que le escribió Fabienne Bradu?... Muchas cosas se han escrito sobre Antonieta pero a mi gusto esa es de las mejores, hecha con mucha emoción y narrativa. La película no es mi fascinación.

Te confiezo que su muerte me produce dos tipos de sentimiento, por un lado repulsión por que aunque yo no juzgo a la gente que se suicida, ella tenía un hijo, posibilidades y algunas otras cosas que debieron ser prioridad pero obviamente no lo fueron.

Por otro lado una admiración morbosa por haberse atrevido a desacralizar de esa forma un templo, y no cualquier templo además, si no NM, fue un insulto a muchas cosas al mismo tiempo.

Besos.

Fer V dijo...

Ángeles caidos. Me gustó más la primera vez que lo leí, donde el título sugiere la suerte final en la que cayó.

Y mi opinión viene a ser la misma que aquella vez: de lo único que se escapa con el suicidio es de la vida.



¡Sonríe!

jess dijo...

Ya va a ser su aniversario luctuoso... ese día cumplía años mi abuela materna qepd.

Un abrazo hermosa!