27 abr 2009

Dulce la muerte.

Don Lucho tiene 75 años, llegó a la edad de 14 años con su familia a la gran ciudad, cuando la vida se regía por una escala de grises y Pedro infante con tan solo un chiflido arrancaba suspiros de las muchachas copetonas por todos los rincones del país.
Hoy es un hombre solo que vive al día, es un retrato humano que viste una camisa de franela a cuadros, pantalón de mezclilla, sombrero de palma y huaraches de vaqueta.
Se levanta todas las mañanas a eso de las 5:20, sube con su vieja cafetera de peltre hasta la azotea de la vecindad donde vive y espera a que salgan los primeros rayos del sol.
Sale de su casa invariablemente a las 6:05, consigo lleva solamente su canasto con dulces y chocolates que vende por las calles del centro histórico.
Camina un par de kilómetros hasta llegar a la estación de metro, en el camino saluda a un par de colegas ambulantes y a una que otra persona que a diario se encuentra a su paso. El paso de los años lo han hecho de pocas palabras.
A bordo del metro, por la ventana, ve pasar un mosaico de imágenes que adquieren un toque surreal, Lucho desconoce el termino, pero desde hace años no se aburre de ver lo mismo y encuentra apasionante el mosaico de cada día. 
No todo es agradable en el metro, como a cualquier persona le encabrona ir con las pelotas encimadas, un día le dijeron que olía a tortilla y otro más le dijeron pinchi viejo bolsa.
A don Lucho esto le molesta, pero nadie le dijo que sería fácil.
En el centro histórico empieza su travesía, recorre las principales calles de negocio en negocio pidiendo permiso para entrar a vender. La mayoría le niega el acceso.
Afortunadamente, la imagen de un anciano con una canasta de golosinas es en ocasiones un buen pretexto para los antojadizos, y de poco en poco los dulces y chocolates de don Lucho se acaban.
Normalmente a eso de las 4 don Lucho ya está en su casa, descansando en su catre de lona, y esperando que la noche llegue para escuchar su programa favorito de radio. 
Pero hoy no fue un día normal.
Al regresar a su casa don Lucho cruzaba un semáforo, un conductor imprudente ignoró el pase peatonal y termino con la estampa de don Lucho.
Don Lucho yacía muerto en medio de un monton de chocolates y dulces en una calle del centro histórico, una de esas calles que venía recorriendo desde hace años, mucha gente seguía su ritmo como si nada hubiera pasado. Aunque nunca faltan los chismosos.
El conductor se dio a la fuga, ni de loco quería cargar con la cuenta de un cajón de pino corriente.

4 comentarios:

Jo dijo...

una estampa agridulce mi rich... seguro muchas quedan plasmadas en esta jungla de asfalto.

la MaLquEridA dijo...

Irremediablemente cotidiano,
y lo demás será,
siempre lo de menos,
aquí no se respeta de la selva ni la ley,
las horas se repiten,los minutos de la mano se van
irremediablemente cotidiano.

NTQVCA dijo...

"¿Y a donde van los desaparecidos?"
Cuantas historias de gente en esta ciudad que no vuelven a su hogar y nadie sabe que les pasó.
Me latío tu relato jefecito

MauVenom dijo...

Oye que triste historia

por qué si aquí todo es tan alegre?

Jajajajaja.

Me parece hermoso que tu personaje se maraville todos los días con el diverso mosaico que presencia

no me lo parece en cambio que muera ante la desatención de los demás

pero así es la ciudad. No?.

Saludos Rich.